Creo, Padre.
En la noche, cuando el alma aherrojada por el cuerpo parece que se resigna a no levantarse, a no ver el alba...
En la noche, sabiendo que a pesar de todo Tú existes, y que lo más real en mi vida es existir, sea cual sea mi forma y deformidad, delante de ti...
En la noche, cuando las lágrimas, el barro, el dolor y la confusión forman una única sustancia, pegada a mi cuerpo, que insistentemente se aferra a toda mi piel... Cuando fugazmente ansío verme libre, aún en carne viva, y sin embargo mi debilidad me postra nuevamente, devolviéndome a la realidad de mi pobreza, aún no aceptada...
Cuando hay miedo a que ya no haya esperanza.
Creo.
Creo que existes, y eres Padre.
Creo que me amas... Que me amas tanto que tu Hijo lo entregas para llamarme hijo.
Creo que eres el Tú de mi vida, constante y amante.
Creo que me esperas velando en casa. En casa.
Creo que tu Hijo ha salido, sale y saldrá en mi búsqueda todos y cada uno de mis días.
Creo que Él pagará la deuda que me avergüenza... Que tomará mi lugar, porque Tú sé lo has pedido.
Creo que de roto que estoy, en verdad me harás nuevo.
Creo que tu Hijo me llevará sobre los hombros.
Creo que en el camino tu Santo Espíritu pondrá la paz en mi corazón, y me enseñará a glorificarte - quererte - con mi humillación y deshonra.
Creo en el dolor que dejas, cuando miro el daño hecho. Y lo acepto, Padre, lo acepto.
Creo que no me dejarás morir, que de esta desnudez volverá la vida.
Creo en tu mirada que ya de lejos no me rehuye, que busca mis ojos.
Creo en tu abrazo... y me abandono a él, Padre.
Creo que me llamarás por mi nombre, y en el amor me darás un nombre nuevo.
Creo en tu abrazo, sostenido por el Hijo, arropado por el Santo Espíritu. Me dejo abrazar sin excusas, y me dejo juzgar por ti, Padre.
Creo que este amor no tiene fin, no se cansa.
Creo que me perdonas.
Creo que me quieres.
Creo. Padre, creo.
Padre, perdón.
Padre, he vuelto.