Es muy fácil juzgar a los que vivieron antes que nosotros, mirar los tiempos pasados y sus gentes como si vivieran en mundo gris, como si fueran más violentos e irracionales que nosotros. Nada más falso. En todo caso han tenido las mismas raciones de luces y sombras que nosotros, y de ellos, de su experiencia, podemos aprender mucho.
Francamente me resulta chocante como se habla de la Edad Media como una especie de símbolo del horror, del atraso o de la incultura. Para empezar, la misma manera de definir a la época es despectiva, como si estuviera en el camino de dos grandes épocas, que en su momento se decidió llamarlas “Antigüedad” y “Renacimiento”.
Una iglesia románica, una catedral gótica, una imagen sonriente de la Virgen con su niño en brazos acariciándole a su madre la cara, son cosas que nos emociona ver, que nos suscitan interés. Pasear entre calles estrechas, descubrir plazas donde ninguna casa es igual a otra, como no es igual una persona a otra, es algo que los turistas hacen año tras año sin cansarse. Leer un texto que habla del amor humano, tratándolo con gran psicología que te llega y te llama la atención, en el que te sientes identificado, y de repente descubrir que está escrito en el siglo IV por san Agustín, es algo que sigue sucediéndole a muchas personas hoy en día. O escuchar un texto que habla de una sociedad perfecta, ordenada, equitativa, tal y como nos gustaría que fuera nuestra sociedad ahora, y descubrir que ese texto lo ha escrito una fraile dominico en el siglo XIII, llamado hoy santo Tomás.
Las gentes de esos tiempos tuvieron luces, muy grandes, de las cuales vivimos, y tuvieron sombras, profundas y sin embargo tan iguales a las nuestras. No vivieron en el horror o la negrura; para ellos también había días soleados, grandes proyectos y muchas esperanzas. Su legado está entre nosotros, y está profundamente cargado de fe y de cercanía de Dios, y de él tenemos mucho que aprender todavía. No existen épocas perfectas, ni tampoco épocas malvadas. Al final solo queda la santidad o la maldad de los hechos de personas que afrontaron la existencia, sus decisiones morales.
Muchos de ellos tenían muy presente que caminábamos hacia la presencia de Dios. Actitud sabia y de fe, motor de grandes decisiones y grandes cambios, de la cual nuestra sociedad y nuestro tiempo también están necesitados.
lunes, 23 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Muy buena entrada, sin duda. La identificación de la Historia con compartimentos estancos es una visión retrógrada, y que aún se perpetua con la división en etapas (Prehistoria, Antigüedad, Medievo, etc.). Nos sorprendería contemplar cuán parecidos era el mundo tardorromano del S IV y el medieval del S IX.
¿Luz y oscuridad? No lo creo, el devenir del hombre ha sido oscilante pero continuo: nadie se acostó romano y se levantó musulmán en la península. Y fechas como la de 476 y conceptos como el de "La caída del Imperio Romano" como límites infranqueables, fueron hace ya mucho tiempo superadas. La luz no se apagó entonces; en todo caso, se entornó. Y, además, ¿los individuos del S V-VII se veían así mismos como habitantes de un período de oscuridad?
¿Y nosotros? ¿Somos un período de luz o de oscuridad? ¿Nos verán dentro de 200 años con la misma óptica con la que nos vemos ahora?
Sin duda, esa es una visión de la historia más realista. Vivimos un continuo espaciotemporal. Sin embargo la visión de los compartimentos en la historia es una mentalidad que sigue muy presente. Mira sino "Ágora", donde se juega claramente con la tésis de cambio abrupto de ciclo, y donde la edad media se anuncia como una edad maldita.
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