lunes, 29 de diciembre de 2008

Santidad como pragmatismo y coherencia

Hoy, dentro de las festividades navideñas, tenemos la memoria de Santo Tomás Becket. Un hombre que vivió hace mucho tiempo (1118-1170), con una historia de santidad poco usual para lo que solemos pensar - muy erroneamente, de todos modos - respecto de los hombres de la edad media.

Fue canonizado porque fue mártir. Y llegó al martirio por coherencia y pragmatismo, términos que no solemos asociar al concepto santidad.

Gran amigo durante su juventud del que llegaría a ser rey de Inglaterra, Enrique II. Trabajó codo con codo con el rey en puestos de alta responsabilidad,llegando a ser Canciller del reino, hasta que le asignó la última responsabilidad en una auténtica jugada maestra de política: ser el arzobispo de Canterbury, primado de la Iglesia de Inglaterra -sorry for York -, y con ello tener el control político de la Iglesia para sus propios fines (supongo que principalmente fiscales).

Sir Thomas Becket era un seglar, y paso inmediatamente por todas las ordenes menores, siendo ordenado diacono, presbítero y obispo en el plazo de una semana. Y entonces es donde viene lo chocante del caso de este hombre. Investido con la dignidad de Arzobispo, primado de la Iglesia en Inglaterra, comodamente lejos de Roma, contando con el favor, la amistad y la comunión de criterios y metas políticas con el rey, cambia totalmente de actitud.

Defendió la libertad de la Iglesia, su absoluta soberanía espiritual como fuente de una legítima autonomía terrenal, llegando a enemistarse gravemente con el rey. Sufrió destierro, y en el gran esfuerzo de su oposición desquicio al rey de tal manera que éste deseo verlo muerto. Y así fue. Asesinado en su propia Catedral en Canterbury.


En una ocasión definió así el papel del que es obispo: "En la consagración prometimos ser solicitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras!" (fragmento de la Carta 74, PL 190, 533-536). Esta claro que esto le decía porque lo había meditado mucho, y lo estaba aplicando a su situción de vida, de tal manera que fue pragmático en relación a sus obligaciones y coherente con su fe. Vamos, como los obispos en la Plaza Colón ayer en Madrid. Es lo pragmático, lo coherente, lo que se le pide a un pastor. Y si lo hace, hace lo que Dios quiere. Y si lo hace, se opone al espíritu del mundo y al criterio de los ensoberbecidos en el poder. Y haciendolo puede ser propuesto como modelo de santidad. Y haciéndolo puede resultar tan intolerablemente molesto como para desear que no exista, que deje de existir, que lo maten. Figurativamente (muerte civil: la religión a lo privado, como basto sinónimo de lo escondido) o realmente (ni será la primera, ni por supuesto - sí, también hoy en nuestras "democracias" - la última).

La tumba de Santo Tomás Becket se convirtio en un sitio de gran veneración, y ¡oh misterios de la historia!, fue arrasada y sus restos destruidos sistemáticamente a conciencia con especial odio por otro Enrique, de numeral VIII.