viernes, 18 de diciembre de 2009

Huída



Ya conocemos la polémica sobre los crucifijos en las escuelas. Los quieren quitar, y ya está. Hablan de laicidad, de tolerancia, de respeto. Este deseo, por otra parte, no es nada nuevo. Ya lo decía el genial Miguel de Unamuno en 1935, cuando también querían quitar los crucifijos: “hay que decirlo claro, […] la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa”.

No me acuerdo de los crucifijos en las aulas. Sé que estaban, pero como tantas cosas. Estaban con naturalidad, no resultaban chocantes. Jamás oí ningún comentario en contra, ni entre esos queridísimos compañeros que se iban a estudiar “Ética” mientras nosotros estudiábamos “Religión”.
El problema es mucho más profundo. Es una campaña de negación de Dios. Es en definitiva el afloramiento de las luchas por anestesiar la propia conciencia de muchas personas que no le quieren escuchar. La voz de la conciencia puede suponer un dolor muy grande, el cual solo puede ser vencido con la conversión. Lo demás es huída, miedo, pobreza interior… una tragedia sin rumbo fijo.

No todos los que proponen la retirada de los crucifijos experimentan esto, que duda cabe, pero los promotores, los que lo llevan adelante, los que lo consideran un triunfo, si que experimentan esta fractura interior. El vacío estéril que intentan construir en su interior, sin Dios ni amo, como dicen a veces, peligra con esos símbolos que son lugares efectivos de gracia. No quieren correr el riesgo de que su trabajosa labor de negar la voz interior de Dios sea rota desde fuera por culpa de una mirada perdida que tropiece con la imagen de Aquel que dijo Tengo sed.

Después se esgrimirán toda clase de argumentos sobre laicidad y neutralidad. Hay que hacer presentable el dictado del propio gusto, y lo hacen con gran ahínco, porque sinceramente creen, en su huída, que les va la paz en ello.

Esta claro que la cruz es un símbolo de la identidad cultural europea, pero ante todo es un aldabonazo continuo en las conciencias para hacer de nuestra sociedad un reino de paz, justicia, y sobre todo de amor generoso. Si amamos de verdad, no podemos permitir que los que quieren quitar los crucifijos sigan huyendo, haciéndose daño a ellos mismos, y arrastrando en su huída para justificarse a todos, especialmente a los niños.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Libertad Religiosa


Lo que funciona no hay que cambiarlo, a no ser que quieras que deje de funcionar. Si el gobierno trabaja en una nueva Ley de Libertad Religiosa hay dos realidades claras: que la actual no plantea problemas a los que profesan cualquier religión, y que los únicos que quieren ver problemas son los laicistas.

Aquí hay que hacer una disitinción. Una cosa es la laicidad, osea, la no eclesiastización de la sociedad, la justa autonomía que tienen los diversos ámbitos de la vida pública, y por otro lado el laicismo, que es la opción religiosa de la no-religión. Un estado constitucionalmente aconfesional como el nuestro contempla el poder público como aquel que ante el fenómeno religioso se situa en una posición de neutralidad y de objetividad. Neutralidad en cuanto que no puede privilegiar en sus actuaciones ninguna ninguna opción religiosa sobre otra - incluída la opción de la no-religión - y objetividad en cuanto que debe considerar el peso social y el interés de los ciudadanos en cada una de las opciones - también, por qué no, la opción de la no-religión.

En la polémica de los crucifijos en las aulas, mi postura es quizá poco convencional, pero creo que es la que mejor se ajusta al marco legal - marco que no vulnera mi conciencia, por tanto legítimo - y es que en los colegios públicos, si causa discordia, que se quiten. Mejor así, humilde y escondido, que insultado y profanado. En los colegios concertados, que se les deje hacer lo que les de la real gana, que para eso tienen su idearios, muchos de los cuales dan cabida al crucifijo con mucho amor y respeto. Pero en todo caso que se respete como símbolo religioso. Que no se hable de ellos con desprecio y odio, porque hasta en nuestro ordenamiento jurídico, el violentar un símbolo religioso es una conducta delictiva castigada en el Código Penal.

La pena de todo esto es que huele muy rancio. Corazones envejecidos prematuramente, cansados y llenos de amargura promueven actitudes rencorosas. No sabemos que nos deparará la nueva Ley de Libertad Religiosa, pero desde luego está claro: menos libertades para los creyentes de las religiones y una toma de partido por los creyentes de la no-religión. No se ajustará así al marco de la Constitución, pero ¿qué más da? Hay tantas leyes y Estatutos que no se ajustan a la Constitución que terminarán por hacerla reventar.