lunes, 23 de noviembre de 2009

Reivindicando la Edad Media

Es muy fácil juzgar a los que vivieron antes que nosotros, mirar los tiempos pasados y sus gentes como si vivieran en mundo gris, como si fueran más violentos e irracionales que nosotros. Nada más falso. En todo caso han tenido las mismas raciones de luces y sombras que nosotros, y de ellos, de su experiencia, podemos aprender mucho.
Francamente me resulta chocante como se habla de la Edad Media como una especie de símbolo del horror, del atraso o de la incultura. Para empezar, la misma manera de definir a la época es despectiva, como si estuviera en el camino de dos grandes épocas, que en su momento se decidió llamarlas “Antigüedad” y “Renacimiento”.
Una iglesia románica, una catedral gótica, una imagen sonriente de la Virgen con su niño en brazos acariciándole a su madre la cara, son cosas que nos emociona ver, que nos suscitan interés. Pasear entre calles estrechas, descubrir plazas donde ninguna casa es igual a otra, como no es igual una persona a otra, es algo que los turistas hacen año tras año sin cansarse. Leer un texto que habla del amor humano, tratándolo con gran psicología que te llega y te llama la atención, en el que te sientes identificado, y de repente descubrir que está escrito en el siglo IV por san Agustín, es algo que sigue sucediéndole a muchas personas hoy en día. O escuchar un texto que habla de una sociedad perfecta, ordenada, equitativa, tal y como nos gustaría que fuera nuestra sociedad ahora, y descubrir que ese texto lo ha escrito una fraile dominico en el siglo XIII, llamado hoy santo Tomás.
Las gentes de esos tiempos tuvieron luces, muy grandes, de las cuales vivimos, y tuvieron sombras, profundas y sin embargo tan iguales a las nuestras. No vivieron en el horror o la negrura; para ellos también había días soleados, grandes proyectos y muchas esperanzas. Su legado está entre nosotros, y está profundamente cargado de fe y de cercanía de Dios, y de él tenemos mucho que aprender todavía. No existen épocas perfectas, ni tampoco épocas malvadas. Al final solo queda la santidad o la maldad de los hechos de personas que afrontaron la existencia, sus decisiones morales.
Muchos de ellos tenían muy presente que caminábamos hacia la presencia de Dios. Actitud sabia y de fe, motor de grandes decisiones y grandes cambios, de la cual nuestra sociedad y nuestro tiempo también están necesitados.